LA CIUDAD Y LOS PERROS: Un retrato de la perdida de la inocencia en la educación militar
“La ciudad y los perros”: un legado que unió a Vargas Llosa y Lombardi para siempre.

Cuando el cine peruano retrató con crudeza la formación militar y la pérdida de la inocencia
En pocos días se cumplirá un mes del fallecimiento de Mario Vargas Llosa, el único Nobel de Literatura que ha tenido el Perú. Su legado —literario, intelectual y cultural— es inmenso y eterno. Más allá de las controversias, nadie puede negar el impacto que sus obras tuvieron no solo en las letras, sino también en el cine peruano, donde varias de sus novelas encontraron una nueva vida gracias a adaptaciones inolvidables.
En homenaje a su memoria, decidí realizar esta reseña conjunta de La ciudad y los perros (1985), dirigida por Francisco J. Lombardi, una de las primeras grandes adaptaciones cinematográficas de una obra de Vargas Llosa. No solo elegí esta película por su vigencia temática o su calidad artística, sino porque sigue siendo —a ya 40 años de su estreno— un referente indiscutible del cine nacional.
Y retomamos aquí una pregunta que dejamos planteada en una reseña anterior en nuestras redes sociales:
¿Qué hace que una película se convierta en un clásico?
Y más aún: ¿Qué convierte a una producción nacional en un verdadero clásico del cine peruano?
Esa es la pregunta que intentaremos abordar hoy, desde el análisis cinematográfico, pero también desde la emoción de rendir tributo a uno de los autores más influyentes que ha tenido este país.
Nota: Esta reseña nace como continuidad del homenaje realizado en el ciclo BiblioCine de la Biblioteca Nacional del Perú, donde se proyectó la película La ciudad y los perros en una función especial dedicada a la memoria de Vargas Llosa. Un extracto audiovisual de ese evento ya se encuentra disponible en la página principal de Sueños de Cine, y recomendamos revisarlo para comprender mejor el contexto de esta reseña.

RESEÑA DE LA PELÍCULA
“La ciudad y los perros” (1985): cuando el cine peruano expuso la violencia estructural desde la adolescencia
Desde su primera escena, La ciudad y los perros golpea. Es directa, cruda y visceral. Francisco Lombardi no se anda con rodeos: nos sumerge de inmediato en una de las realidades más perturbadoras que ha retratado el cine peruano —y que, originalmente, fue narrada por Vargas Llosa con la misma dureza—: la formación militar escolar como reflejo de un sistema violento, jerárquico y deshumanizante.
Lo más perturbador de esta historia es que todo ocurre en un colegio, un espacio que, en teoría, debería ser seguro para los menores. Pero aquí, la violencia no solo existe: se institucionaliza. La película muestra cómo el abuso no es un hecho aislado, sino parte de una cadena. Los de primer año son sometidos por los de último año; estos, a su vez, están subordinados a profesores autoritarios; los profesores responden ante oficiales militares; y estos reciben órdenes arbitrarias desde el alto mando del Ejército. Es un ecosistema de opresión, donde nadie está a salvo y todos, incluso los victimarios, son también víctimas del sistema. La violencia fluye hacia abajo, como un río sucio que nunca se detiene.

El significado del título: entre la ciudad salvaje y los perros domesticados
El título La ciudad y los perros condensa, en dos palabras, una metáfora poderosa. Desde nuestra perspectiva (y con el debido respeto al autor), la ciudad representa a Lima: una metrópolis desbordada y caótica desde los años 50, marcada por una migración masiva y un crecimiento desordenado. Una “jungla de cemento” en la que sobrevivir requiere dejar atrás la inocencia.
Y los perros son los adolescentes del colegio militar Leoncio Prado (donde Vargas Llosa estudió y que inspiró su novela), jóvenes tratados como animales, despojados de dignidad. Son domesticados a la fuerza. En la película, hay escenas explícitas donde los cadetes novatos son humillados, obligados a gatear en cuatro patas, con collares, correas y conductas bestiales. La metáfora no necesita explicarse demasiado: en este lugar, la vida humana vale menos que la de un perro callejero. Tu existencia no tiene valor a menos que seas un “perro alfa”, fuerte, violento, insensible. Si no lo eres, estás condenado a la miseria.
Este simbolismo fue reforzado visualmente en varias ediciones del libro. En una de ellas, la portada muestra la silueta de un perro con un mapa vial de Lima en su interior. El mensaje es claro: esta ciudad te convierte en bestia. Si no te adaptas, si no te endureces, no sobrevives.

El conflicto: cuando el poder corrompe incluso a los más jóvenes
Sin caer en spoilers mayores, el punto de quiebre de la historia gira en torno a un robo: el Jaguar y su grupo, conocidos como “El Círculo”, planean sustraer las respuestas del examen de Química, el último gran obstáculo antes de graduarse. Pero un error humano deja evidencia del intento. A partir de ahí, se desata una investigación interna, castigos colectivos, y la presión psicológica se intensifica.
Es aquí donde aparece uno de los diálogos más potentes del filme, pronunciado por el teniente Gamboa (interpretado magistralmente por Gustavo Bueno), quien reclama:
“Los padres creen que esto es un reformatorio juvenil, no una escuela de formación militar. Nos envían a sus hijos para castigarlos, no para formarlos”.
Esta frase encapsula todo. El colegio no está formando soldados ni ciudadanos: está criando perros. Perros fieles, violentos, o quebrados emocionalmente.

Uno de los alumnos, conocido como El Esclavo (Ricardo Arana), ya no soporta el encierro. Desesperado por ver a una chica con la que mantiene una ilusión romántica, decide delatar a uno de los involucrados en el robo del examen. Lo hace con la esperanza de obtener permiso para salir. Pero esa decisión, aparentemente pequeña, desata una cadena de consecuencias que marcarán el destino de todos los personajes.
Entre ellos está El Poeta (Alberto Fernández), el único amigo de El Esclavo, quien acepta ir a ver a la chica en su nombre. Este encuentro con el mundo exterior lo transforma. Nace un triángulo de afectos, lealtades y traiciones que termina siendo más doloroso y humano que cualquier jerarquía militar.

El final (sin spoilers) y el eterno retorno de la violencia
Sin revelar más detalles, solo diremos que todo empieza y todo termina con El Esclavo. Su figura, aparentemente débil, representa el punto de quiebre emocional de esta historia. Cada decisión suya afecta a amigos, enemigos y autoridades por igual. En este colegio, nadie sale ileso.
La ciudad y los perros no es solo una gran película peruana: es una obra que sigue resonando décadas después por su capacidad de incomodar, de hacernos mirar una realidad que a veces preferimos ignorar. Y hoy, con la partida de su autor original, verla de nuevo es más que un ejercicio de cinefilia: es un acto de memoria.

Cierre & Ideas finales:
La ciudad y los perros es una película cargada de momentos intensos: traición, emoción, tristeza, indignación, confrontación… y todos están perfectamente justificados dentro de la trama. Nada se siente forzado ni gratuito. Las reacciones de los personajes, especialmente por tratarse de adolescentes dentro de un sistema opresivo, son naturales, coherentes y profundamente humanas. Es una obra cruda, realista como la vida misma, que no necesita exagerar para incomodar o conmover. Por eso, la recomendamos absolutamente: es una experiencia cinematográfica que marca.
La película cierra con una frase devastadora del teniente Gamboa, quien, agotado por la corrupción del sistema, le dice a uno de los alumnos:
“¿Crees que tu confesión importa o cambia algo? El Ejército hará que esto nunca pasó, borrará todo rastro antes de admitir que cometieron un error.”

Ahí está la esencia del mensaje: aquellos que ostentan el poder cometen errores, pero jamás los asumen. Prefieren borrar la evidencia, manipular la historia, silenciar las voces. En un mundo así, solo queda adaptarse, responder con la misma crudeza. En esta Lima gris, desbordada y salvaje, no puedes permitirte ser dócil. Como los perros callejeros, debes endurecerte, volverte feroz. Porque en esta ciudad, o muerdes… o te muerden.
En resumen: La ciudad y los perros es, sin duda, un clásico del cine peruano y del cine latinoamericano. Así como la novela homónima de Vargas Llosa marcó un antes y un después en la literatura del «boom latinoamericano”, la película de Lombardi hizo lo propio en nuestra cinematografía. ¿Por qué? Porque no importa cuándo la veas o leas: la Lima salvaje, desbordada por la violencia estructural y el caos institucional, sigue ahí. Vargas Llosa nos la mostró hace décadas, y aunque el tiempo ha pasado, su energía —como bien dice la física— no desaparece, solo se transforma. Y esa energía aún habita nuestras calles, nuestros colegios, nuestras instituciones.
La ciudad y los perros no solo es cine peruano, es un espejo. Un reflejo incómodo, pero necesario. Los homenajes a Vargas Llosa deben continuar, porque su aporte a la cultura —literaria y cinematográfica— del Perú es incalculable.
Gracias, Vargas Llosa, por escribirla.
Gracias, Lombardi, por filmarla.
